La Orden de San Juan de Jerusalén apareció entre 1048
y 1050 en Jerusalén, contó con el apoyo de sucesivos papas y monarcas. Su
cometido consistía en la recuperación y el mantenimiento de los Santos Lugares,
para la cristiandad, y en socorrer a los peregrinos que a ellos se dirigían.
Al hacer su
aparición en España los primeros Hospitalarios pasaron prácticamente
desapercibidos para el común de la poblaciòn aragonesa. Pero el nuevo giro de
los sucesos políticos tras la muerte del Batallador, los acuerdos con el Pontificado y la posesión a partir de este momento de bienes de cierta
envergadura en Aragón, pusieron en alza el prestigio de las Órdenes Militares
en el Reino.
Por estas fechas se dibujan ya las primeras grandes
circunscripciones hospitalarias; aun cuando el prior de Saint-Gilles en Francia
regía los dominios a uno y otro lado del Pirineo, el auge del patrimonio exigía
su fraccionamiento en el orden administrativo y la constitución de una jerarquía
entre los miembros de la Orden
La máxima
autoridad de la Orden era el Gran Maestre, que ocupaba el cargo con carácter
vitalicio. El Capítulo General fue un órgano colegiado que dependía del
Maestre, se reunía anualmente y tenía amplias atribuciones de gobierno en
materias administrativa, legislativa y judicial. Afectaban a la organización general de la Orden, de sus
convocatorias emanaban los diversos estatutos que deberían regir a la gran comunidad
hospitalaria, las normas sobre la elección de priores y comendadores, los
acuerdos referentes a la disciplina y todos los asuntos de envergadura que
requerían el control y veredicto del organismo central.
El máximo
dignatario de la Castellanía era el castellán.
Las encomiendas fueron circunscripciones,
inscritas dentro de la castellanía, constituidas generalmente por varios
lugares y villas, en uno de los cuales se situaba la casa central, donde se
localizaba el castillo, lugar de residencia y punto desde el que se gestionaban
los asuntos de la encomienda. Al frente de la misma figuraba el comendador.
Entre 1170 y 1180 la Orden de San Juan
dividió la Península en dos grandes unidades administrativas: la Castellanía de
Amposta y el Gran Priorato de Navarra. Después de 1477 la Orden de San Juan se
estructuró en siete grandes distritos, denominados lenguas, que con el
transcurrir del tiempo pasaron a ocho, una de ellas fue la lengua de Aragón y
Navarra, en la que estaba integrada la Castellanía de Amposta.
En cuanto a
los Capítulos celebrados en los priorados (en el caso de Aragón en la
Castellanía) se trataba de reuniones donde las distintas encomiendas
contactaban para tratar de los negocios de interés común que atañían a la
administración del patrimonio, nombramiento de nuevo castellán, organización de
actividades o actos de gran relieve en los fastos de la comunidad hospitalaria.
El
indiscutible alto rango de los castellanes de Amposta destacaba en la vida
política del reino de Aragón. Además de asumir la dirección de las milicias de
la Orden en las empresas bélicas de la Corona, fueron parte integrante de la
Curia real. En las Cortes aragonesas los castellanes figuraron dentro del
estamento eclesiástico, tras los obispos, haciéndose oír su voz repetidas veces
en defensa de los intereses de la Castellanía y como coordinador de los de su
brazo.
La encomienda
surge como célula primordial de la organización del patrimonio. A su cargo esta
un comendador. Los comendadores se hallaban supeditados a la autoridad del
castellán no sólo en lo concerniente a la vida interna conventual sino
particularmente en los aspectos inherentes al desenvolvimiento económico de su
distrito.
Auxiliar del
comendador en los distritos más importantes era el subcomendador. La alta
dirección de los asuntos espirituales del convento correspondía al prior. Otros
cargos eran el capellán y el diácono, relativos a los clérigos que servían en
las casas del Hospital y que en general acababan recibiendo el hábito de la
Orden. También aparecen en los documentos los títulos de «clavero.,
«camerario., «escritor., «armigero., y «médico.. Se deduce asimismo la
existencia de frailes sirvientes, a cuyo cargo corría el cuidado de los
enfermos y pobres que eran atendidos por
la Institución .
Pero para
completar este cuadro general de elementos integrantes de la gran familia
sanjuanista nos resta hablar de los donados, cuyas limosnas y dejas
testamentarias constituyeron un factor decisivo en el incremento de bienes de
las encomiendas. La espiritualidad medieval, que venía vinculando los intereses
de los fieles a las iglesias y monasterios, se acrecentaba ahora con la doctrina de fraternidad que sustentaban los
monjes soldados, determinando la aparición en sus centros conventuales de la
“familiaritas” de tan honda raigambre hispana. Junto a las donaciones en
“cuerpo y alma” y la entrega inmediata de bienes materiales, abundan los
ejemplos de fieles que se ofrecían al Hospital junto con sus heredades, con la
condición de explotarlas en vida. Los donados se lucraban de la protección y
bienes espirituales que les deparaban los frailes. Estos, en contrapartida,
contaban con la posibilidad de adquirir a perpetuidad las propiedades de sus protegidos,
en caso de aquellos que morían sin descendencia o una vez cumplidos los
requisitos de las cláusulas de la donación referentes a la progenie del
difunto.
Para solventar cuantos asuntos de índole jurídica se
plantearan surgió pronto la necesidad de archivar los títulos jurídicos que
legitimaran sus privilegios y la posesión de las heredades; los escribas de las
diversas encomiendas de la Castellanía de Amposta desarrollaron en este aspecto
una minuciosa labor. Esta preocupación daría sus frutos en 1350, con la
recopilación y copia de diplomas ordenada por el castellán de Amposta fray Juan
Fernández de Heredia. Un equipo de escribas, llevaron a cabo en las
estancias del palacio de la Zuda de Zaragoza y San Juan de los Panetes la ingente tarea de la confección
del llamado más tarde «Cartulario Magno de Amposta de la ínclita y sagrada
religión de San Juan de Jerusalén.. En seis volúmenes, cada uno de ellos con un
total de 500 a 600 documentos, se vertieron bulas pontificias, privilegios
reales, compraventas, contratos de treudo y en general toda una amplia gama de
diplomas de las distintas encomiendas sanjuanistas, así como de las del TempIe,
incorporadas desde 1317 al Hospital. La iniciativa del gran bibliófilo y humanista
Juan Fernández de Heredia permitió llegara hasta nosotros ese rico caudal
informativo para la historia de las Órdenes
Militares
Bibliografia:
Las Órdenes Militares en la Edad Media
La Orden San Juan en las Cinco Villas
Elena Piedrafita Pérez
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